Tengo épocas en las que pienso mucho en el Unabomber. Y a veces siento que cada vez lo entiendo más. No sé por qué. Mentira, en el fondo sí sé por qué. Creo. Es difícil de explicar.
Y no es que esté de acuerdo con él, ojo. Por ejemplo, no creo en ese ideal de individualismo y en que uno sea débil por necesitar o querer ayuda. Los humanos nos necesitamos los unos a los otros. ¿Acaso no sobrevivieron nuestros ancestros cazadores-recolectores, a quienes él tanto admiraba, precisamente porque vivían en grupos y podían apoyarse los unos en los otros? ¿Cómo harían, si no, para cazar y recolectar de manera eficiente, además de cuidar a los niños y a los enfermos y a los heridos? Creo que está en la esencia de la humanidad, como especie, el ayudarnos mutuamente, la empatía. Si crees que esto que acabo de decir es una cursilada, levántate ahora mismo a beber agua, que tendrás el cerebro todo reseco.
Siempre me he preguntado en qué momento exacto se fue todo a la mierda, cuándo el ser humano se volvió tan extraño, tan distinto del resto de primates. No como algo malo necesariamente (no desprecio la naturaleza humana), simplemente me parece curioso y ya. Desde pequeña me ha parecido curioso. Y a veces, cuando me siento perdida y no le veo un sentido a mi vida, me pregunto si es por el contexto en el que vivo (capitalismo, etc.) o si se debe simplemente a la naturaleza de mi cerebro. O a que soy débil y la selección natural debería haber terminado con mi patética existencia hace mucho y es una aberración que siga con vida. Quién sabe. Tal vez el Unabomber estaría de acuerdo con esta última.
Lo único que sé con certeza, y hace mucho que lo sé, es que la naturaleza humana es sufrir por el mero hecho de estar vivo. Pensar. Ése ha sido siempre mi problema, mi maldición. Eso es todo.
BUENO QUE ME VOY POR LAS RAMAS. Un día estaba muy deprimida y necesitaba sentir algo, así que en vez de ir a terapia me leí el manifiesto del Unabomber, una decisión muy lógica. Está en internet, es gratis. ¿Sentí algo? Sí, creo que sí. ¿El qué? Ni idea. Y desde entonces Ted Kaczynski es mi imperio romano.
No lo admiro necesariamente, pero, de alguna forma, me fascina. Como concepto, como personaje histórico.
Al menos él tenía las cosas claras. Se hizo su teoría de por qué todo era una mierda y la siguió hasta el final. Tenía convicción.
Y tenía los cojones de sentirse superior al resto.
Yo, cuando siento mucho odio hacia la gente, tengo que meterme en la cama y acurrucarme, asustada, como si el destino fuese a castigarme transformándome en todas las personas absolutamente asquerosas a las que detesto (don’t get me started on el miedo que me da la idea de reencarnarme, gracias), o como si todas esas personas fueran yo misma y no hubiera manera posible de separarme de lo más vil de mi especie, como si la humanidad fuera un gran racimo del que no puedes arrancar una pequeña parte sin llevártelo todo. Como si mi existencia fuera sólo una versión mínimamente alterada de todas las demás, condenada a repetirse sin ninguna escapatoria. Como si mi mundo interior y mis creencias individuales en el fondo no valieran nada, porque al final sigo siendo un pequeño engranaje. Preferiría que me transformen en sapo o en tarántula, sería menos humillante.
De verdad que me quitaría un gran peso de encima poder decir “sois todos gilipollas menos yo” y luego creérmelo. Pero supongo que hay personas que simplemente no están hechas para eso, no tienen instalada en su cuerpo esa maravillosa capacidad.